La impetuosa defensa que le imprimió este líder a la implementación del Acuerdo de Paz pactado en La Habana, Cuba, tuvo gran acogida en los 47 municipios del departamento de Tolima, pero le generó graves amenazas que lo obligaron a abandonar el país. Primera entrega de la serie Sobreviviendo en el exilio.
Por: Santiago Díaz Gamboa
“Mucha gente viene a Estados Unidos sin tener un caso. Mi caso es muy contundente. Yo tenía trabajo, el problema es de seguridad y por las amenazas que recibí”, asegura Danny Cediel al referirse al exilio como el último recurso para proteger su vida.
Pese a la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y la extinta guerrilla de las Farc en noviembre de 2016, el departamento de Tolima no ha superado del todo las secuelas de la violencia. Debido a ello, líderes sociales como Cediel se han visto obligados a exiliarse y enfrentar una nueva vida en un país desconocido.
Desde pequeño, este exiliado conoció el conflicto armado a través de la voz de su abuela, quien le contaba historias vividas en el municipio de Rovira, sur de Tolima, y también sobre su huida de la región por culpa de la época de la Violencia, muchos años antes de que él naciera.
Esos relatos fueron los primeros acercamientos de Cediel con la guerra. Los escuchó mientras crecía en Ancón, un barrio popular de Ibagué, conocida como la ‘capital musical de Colombia’. Sus calles no eran del todo seguras y los taxistas se rehusaban a transitar por ellas después de las cinco de la tarde.
Estas primeras experiencias en su niñez le dieron herramientas para convertirse en un joven con una alta capacidad de liderazgo. Tras ingresar a la Universidad del Tolima para cursar la carrera de Economía, se encontró con un escenario políticamente activo y, poco a poco, se fue relacionado con personas que conocían el contexto del país como la palma de la mano.
Mientras escuchaba programas radiales de debate como Hora 20, de Caracol Radio, y transportaba pasajeros en un taxi para costear sus estudios, iba descubriendo que la política era un escenario difícil. Sin embargo, decidió darle un valor importante a esta práctica y comenzó a pensar cómo podía ayudar, ejerciéndola.
Con su título de Economista bajo el brazo y tras hacer voluntariados sociales, asesorías para organizaciones no gubernamentales y ejercer como vicepresidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Aguamarina, donde vivía en ese entonces, estuvo listo para salir al campo de la política.
La paz, en disputa
Para el año 2010, Cediel se destacaba en su labor en el sector de la inclusión social. Fue coordinador local de la Red Unidos y, posteriormente, ocupó el cargo de asesor regional. Este programa le apostaba a mejorar las condiciones de vida de los hogares más pobres del país, objetivo que siempre fue uno de sus mayores intereses.
Este recorrido por la acción e inclusión social lo llevó, en el año 2012, a ocupar el cargo de asesor regional en la Agencia Nacional para la Superación de la Pobreza Extrema (ANSPE). Dos años después, alcanzó uno de los cargos más importantes en su carrera: director regional en Tolima del Departamento Administrativo para la Prosperidad Social.
Semanas antes del plebiscito para refrendar el Acuerdo de Paz, votado el 2 de octubre de 2016, Cediel y su equipo de trabajo se “echaron el ejercicio al hombro” y recorrieron los 47 municipios del departamento con el único objetivo de invitar a la población tolimense a apoyar en las urnas lo pactado en La Habana, Cuba, tras cuatro años de negociaciones.
Sin embargo, el plebiscito arrojó resultados contrarios a los que promotores del Acuerdo y defensores de derechos humanos esperaban. Según datos de la Registraduría Nacional del Estado Civil, en Tolima se registró un 40,28 por ciento de votos por el “Sí” y un 59,71 por ciento por el “No”. Los votos favorables, 164.061 en total, se concentraron en los municipios de Ambalema, Armero, Coello, Coyaima, Falan, Icononzo, Natagaima, Piedras y Roncesvalles.
“El día que perdimos el plebiscito yo no lo podía creer, fue una decepción absoluta”, recuerda Cediel al referirse a estos resultados.
Pese a esos resultados adversos, no todo fue un panorama oscuro para Cediel en aquel entonces. Los balances de su gestión frente a la oficina regional del Departamento para la Prosperidad Social fueron muy positivos. La gente lo apreciaba y logró moverse y comunicarse con diferentes líderes en el sur de Tolima.
Pero le tocó dedicarse a esclarecer las noticias falsas que afectaban directamente el Acuerdo de Paz que generaba una opinión errada a la gente basada en información fragmentada y falaz, como decir que el dinero del programa Más Familias en Acción sería destinado a los excombatientes de la antigua guerrilla de las Farc.
“En el Tolima nos reconocen como unas personas serias, siempre fuimos honestos”, afirma Cediel para defender su trabajo en el Departamento para la Prosperidad Social. Desde su cargo, tuvo la iniciativa de combatir la corrupción y convertir la entidad en un lugar de puertas abiertas para la gente.
Durante sus recorridos por diversas regiones del Tolima, Cediel siempre destinaba parte de su tiempo para dialogar con las comunidades y muchas veces lo que encontraba en estas conversaciones no eran panoramas muy esperanzadores, resultado de un Estado distante.
Las personas que confiaban en Cediel le contaban todo tipo de horrores que habían tenido que padecer a lo largo de sus vidas que estaban directamente relacionados con el conflicto armado. Violencia sexual, homicidio y reclutamiento forzado, eran sólo algunos de los crímenes atroces que habían estremecido a la población. Esas conversaciones eran muy similares a las que le contó su abuela. (Leer más en: “La violencia en el norte del Tolima cambió nuestras vidas” y Ramón Isaza admite responsabilidad de 210 crímenes en Tolima).
Muchas de esas historias vienen desde la década de los años cincuenta, cuando los tolimenses comenzaron a ver la guerra de cerca al enfrentarse los denominados ‘Comunes’, miembros militantes del Partido Comunista, y los ‘Limpios’, leales al Partido Liberal.
Con la irrupción de las guerrillas liberales en el sur del Tolima, que luego se convertirían en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), la situación bélica estaba en camino de agravarse, máxime cuando el entonces presidente de la República, Guillermo León Valencia (1962-1966) expidió el Decreto 3398, que daba herramientas a la población civil para armarse en defensa del país.
Hacia 1968, la estrategia anticomunista impregnada los reglamentos del Ejército Nacional. Según el libro Militares y guerrillas. La memoria histórica del conflicto armado en Colombia desde los archivos militares, uno de esos textos establecía que “la junta de autodefensa es una organización de tipo militar que se hace con personal civil seleccionado de la zona de combate, que se entrena y equipa para desarrollar acciones contra grupos guerrilleros que amenacen el área (…) la junta de autodefensa debe tener un control directo de la unidad militar de la zona de combate y para ello el comandante designa un oficial o un suboficial encargado de transmitir las órdenes correspondientes y de entrenar la agrupación”.
Para la década de los años ochenta, se conformaron las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio (Acmm), que se extendieron hasta el norte del del departamento con el Frente Omar Isaza, una década después apareció en el sur el Bloque Tolima de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Los grupos paramilitares que transitaron con libertad por el departamento de Tolima son acusados de diferentes crímenes de lesa humanidad. La “masacre de Frías”, a comienzos del nuevo siglo, se le atribuye al Frente Omar Isaza. En esta, hombres armados irrumpieron en un billar en el corregimiento de Frías, en el municipio de Falán, asesinaron a nueve personas, secuestraron y torturaron a otras dos y en el camino asesinaron a dos más. Una suma de 34 masacres e innumerables asesinatos selectivos y colectivos son atribuidos a ese desmovilizado grupo paramilitar. (Leer más en: Las masacres de las autodefensas de Ramón Isaza).
Objetivos políticos
Una luz de esperanza apareció después de que el Estado colombiano y la extinta guerrilla de las Farc firmaran el Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto, el 24 de noviembre de 2016 en el Teatro Colón, de Bogotá. Cediel rememora que, tras esa rúbrica, se escuchaba a la comunidad internacional hablar positivamente del fin de la guerra y que vendrían nuevas oportunidades para Colombia.
No obstante, el escenario político estaba muy polarizado por cuenta de los opositores al Acuerdo de Paz. A pesar de ello, las buenas noticias comenzaron a llegar. “Los asesinatos bajaron, el secuestro y las masacres desaparecieron, las Farc entregó las armas”, apunta este líder social.
El fin del conflicto con la extinta guerrilla de las Farc no significa el fin total del conflicto en Colombia. Si bien el nacimiento de la guerrilla más grande de Colombia fue al sur de este departamento, en Marquetalia, zona rural del municipio de Planadas, en muchas ocasiones fue un territorio en disputa con las Auc. (Leer más en: El largo recorrido del paramilitarismo en el Tolima)
Una alerta temprana de Riesgo Electoral emitida por la Defensoría del Pueblo el 14 de febrero de 2018, indica que “la implementación del Acuerdo Final de Paz significa para el departamento de Tolima una reducción absoluta de hechos victimizantes sobre la población civil a razón de la confrontación armada del Estado colombiano con esta guerrilla (Farc)”.
Sin embargo, según esta agencia del Ministerio Público, “continúan vigentes los riesgos referentes a amenazas y atentados contra la vida e integridad contra civiles que habitan los territorios descritos en razón de la persistencia de estructuras armadas derivadas del proceso de desmovilización de las Auc”.
A pesar de las desmovilizaciones de grupos armados ilegales, Tolima aún permanecía como un territorio peligroso a causa de disidencias y rearmados. Por lo tanto, defender los derechos humanos en medio de una reciclada confrontación no dejó de ser una necesidad, lo que impulsó a Cediel a incursionar en la política.
La Asamblea Departamental fue el objetivo en las elecciones regionales de 2019. Para formalizar su precandidatura necesitaba el aval de algún partido político y para ello, siempre tuvo un objetivo claro: “No quería lanzarme por un partido ni de izquierda ni de derecha”, decía.
Para este líder era importante sentar un precedente sobre un partido y que fuera de centro. Es por eso que en su momento buscó el apoyo del Movimiento Compromiso Ciudadano y hasta sostuvo una reunión con el exalcalde de Medellín y exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, uno de sus líderes más representativos. Sin embargo, no hubo acuerdos y decidió buscar otros horizontes políticos.
Colombia Renacientes sería la nueva apuesta de Cediel para su proyecto político. En este movimiento estaban personas que habían trabajado fuertemente por el proceso de paz. Sin embargo, no lanzó una lista departamental para esas elecciones, por lo que finalmente optó por desistir de sus aspiraciones políticas.
Llegan amenazas
Para el año 2018, después de las elecciones legislativas y presidenciales, se conoció al nuevo jefe de Estado de Colombia -Iván Duque Márquez-, un contradictor de lo pactado con las extintas Farc, y a los integrantes del Congreso de la República, conformado en su mayoría por agitadores de la campaña del “No” del plebiscito para refrendar el Acuerdo de Paz.
Con esa composición política, la implementación del Acuerdo de Paz podría verse afectada. Parte de la campaña presidencial se centró en supuestas “irregularidades” de lo pactado en la Habana, que fue ajustado tras la derrota en el plebiscito y refrendado por el Congreso.
Fiel a su creencia en la paz, Cediel exploró nuevas rutas y se mudó a Bogotá en noviembre de ese año. Llegó a la capital colombiana, en donde fue líder de planeación del Programa de Movilidad Escolar del Distrito, cargo que ocupó hasta diciembre de 2019.
Instalado en la capital, pero viajando de vez en cuando a su tierra, pretendió crear el Movimiento Tolima Sostenible, junto con algunas personas que habían participado en política regional. La idea era consolidar un movimiento para participar en futuros procesos electorales.
En febrero de 2020, en uno de sus viajes a Ibagué, Cediel encontró un panfleto en el parabrisas de su automóvil estacionado cerca al centro de la ciudad. La amenaza que recibió era contundente: Lo conocían, sabían qué había hecho, cuál era su trayectoria y sus proyectos en Bogotá. Cediel no tiene certeza de quién lo amenazó. En el panfleto le ordenaron abandonar el proyecto del Movimiento Tolima Sostenible porque no le “perdonaban su discurso a favor de la falsa paz de Santos”.
Después de que la Fiscalía tomó su declaración, el ente investigador no volvió a aparecer ni le entregaba información sobre su caso. Por su parte la Policía le dio un número de teléfono por si tenía una situación de riesgo. Cediel se sintió solo y a la deriva. El exilio empezó a surgir como la única vía para preservar su vida.
Los defensores del Acuerdo de Paz a lo largo del territorio nacional han sido víctimas de persecución, hostigamiento y amenazas. El caso de Cediel es similar al de cientos de líderes, lideresas y autoridades étnicas que, por creer y apostarle a la paz, se convirtieron en objetivos de criminales.
El exilio, opción de vida
Un mes después de la amenaza que le dejaron en su vehículo, Cediel decidió abandonar Colombia. “A mí también me empuja a salir del país la ola de violencia que se venía generando. Uno ve masacres y masacres, y que matan a la gente. En Tolima uno conoce que en muchas familias hay muertos, pero no hay visible nada, no hay una memoria histórica de esa situación”, dice con melancolía.
Estados Unidos fue su destino. Tenía vigente su visa de turista, al igual que su esposa y sus hijos. Sin embargo, Cediel decidió viajar solo. El plan era reunirse con ellos lo más pronto posible. Todo iba según lo planeado con su familia, pero se presentó una amenaza que nadie esperaba: la pandemia generada por la rápida expansión del virus conocido como Covid-19, lo que obligó a cerrar fronteras.
Cediel se encontraba inmerso en la preocupación por cuanto su familia no podía viajar al país del norte. El panorama no era el más favorable y todo estaba en su contra: la pandemia, la inseguridad en Colombia y el no poder reunirse con su esposa y sus hijos. Fueron, recuerda, “seis meses de oscuridad total”.
Cuando se comunicaba con su esposa, ella le contaba episodios extraños sobre sujetos que, sin identificarse, le preguntaban por él. En esa ocasión, los caminos de denuncia fueron los mismos que utilizó Cediel cuando fue amenazado directamente a través del panfleto: su esposa interpuso la denuncia, esta vez por medio de una página web y el caso quedó en el aire.
Durante esos meses de espera, Cediel contrató un abogado para pedir asilo político en Estados Unidos, quien le recomendó que, para hacerlo en debida forma, debía esperar el arribo de su familia. Lograron conseguir un vuelo, pero el aumento de casos de Covid-19 hizo que se aplazara. Después de mucho esperar, por fin se reunió con su esposa y sus dos hijos el 10 de septiembre de 2020.
“Exiliarse también es extrañar”
La vida de Cediel cambió y ahora todo es incierto para él. En medio de la pandemia, ha tenido que acostumbrarse a un país desconocido, pero en el que poco a poco se ha ido adaptando junto a su familia. Ahora estudia inglés, sus hijos manejan muy bien el idioma.
En el exilio, Cediel ayuda a los campesinos tolimenses para que puedan hacer llegar sus productos a Estados Unidos, bien sea como participantes en exposiciones o como vendedores directos a grandes supermercados. A su vez, está a la espera de la respuesta frente a su solicitud de trabajo de acuerdo con las regulaciones de inmigración, mientras, gestiona junto a su esposa la validación de sus títulos profesionales.
Asegura que extraña a sus familiares y a sus amigos. Donde reside no conoce a sus vecinos, lamenta haber tenido que abandonar el equipo de trabajo que había formado y reconoce que el regreso es incierto, pero esto no ha frenado su lucha por un país mejor. Siempre está pensando cómo ayudar a los menos favorecidos en Colombia. “Lo hago porque así nacimos”, dice.
Actualmente, su solicitud de asilo se encuentra “en curso”, ya que se ha visto retrasada por inconvenientes en la documentación. Sin embargo, cuenta con asesoría jurídica para resolver los obstáculos que se le han presentado.
Su tranquilidad reposa en que tiene una familia que lo ama y lo apoya en todas las circunstancias que ha tenido que atravesar. Ahora, juntos, afrontan el exilio. Y todos dejaron algo atrás: Su hijo mayor, quien se dedica a la natación, se preparaba para una competición importante en Cali; su hijo menor, amante del esgrima y quien entrenaba con la Liga de Esgrima del Tolima, no ha podido volver a entrenar ya que no han encontrado un lugar Estados Unidos que lo admita.
Su esposa, bacterióloga titulada y exfuncionaria en la Secretaría de Salud de Tolima, también tuvo que sacrificar su carrera profesional para estar junto a su esposo y sus dos hijos, y lo hizo en un momento muy significativo: la pandemia, pues los estudios sobre los contagios del virus Covid-19 hacían parte de su trabajo. No obstante, poco a poco están encontrando caminos para retomar sus pasiones: su hijo mayor volvió a las piscinas y ya ha participado en juegos estatales y el menor empezó a seguirle sus pasos. Por su parte, su esposa, también se dedica a estudiar el idioma, mientras valida su título profesional.
Así como Cediel, existen decenas de líderes y lideresas que están viviendo situaciones similares de riesgo actualmente en el Tolima por sus luchas por una vida mejor para sus comunidades, pero lo más trágico es que se han vuelto invisibles por la persecución que sufren.
Las amenazas son reales. La violencia no ha cesado y mucho menos para quienes defienden la paz y los derechos humanos. Cediel era un hombre conocido en el departamento y de grandes lazos con personajes reconocidos de la política regional, aún así no recibió atención eficaz por parte del Estado y hoy en día, desde el exilio, hace un llamado para recordar que en Tolima persiste la violencia.
Espere la próxima semana la historia de Gloria Bejarano, abogada que luchaba por los derechos de las víctimas del conflicto armado de Tolima.